La FIFA tuvo una reunión ayer de la que salieron, para entendernos, severas instrucciones a sus afiliados para afirmarse en su sistema de funcionamiento, ajeno a la justicia ordinaria. No estuvo Platini al que, envuelto como está en el proceso del caso Sion, hubiera sido imprudente meter en el acto. Y, hablando del Sion, el mismo día se conoció una resolución de la Superliga Suiza que suspende por cinco partidos a seis jugadores del club por haber acudido a la legislación ordinaria. Ya saben: lo que está en cuestión es el derecho de esos seis jugadores a jugar con el Sion. Y del huevo saltamos al fuero.
Confieso que siempre he entendido que el fútbol podía funcionar por fuera de la justicia ordinaria. Y hasta que era conveniente que fuese así, salvo para los pleitos laborales. Es algo que intelectualmente repugna, pero que tiene dos justificaciones. Una, que los plazos de la justicia ordinaria harían inviable el deporte como lo conocemos. Otra, que el deporte era (¿o fue?) un espacio edificante, regido por buenas gentes, hombres desinteresados, idealistas, respetuosos de unos principios y de unos códigos honorables, habitantes de un mundo en el que podían resolverse noblemente los conflictos.
Pero ahora que el deporte es una superindustria, una actividad que atraviesa tantas otras, o es atravesada por tantas otras, que está regida por gentes tan lejanas a esos principios como los grondonas, blatteres, teixeiras o demás, que da un Mundial a Catar por lo que se lo da y además de todo eso no tiene el menor cuidado en ser preciso y escrupuloso en casos como el del Sion, me entran dudas. El caso Bosman ya le dio una sacudida a este entramado. El caso Sion le puede dar otra mayor. La FIFA y la justicia ordinaria están ya en guerra frontal. Y ojo: en esta guerra Suiza no es neutral. Es una de las partes.
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