El fútbol como el denominado deporte rey tiene la gran virtud de llegar a muchas partes del mundo, de practicarse con cierta facilidad y de traspasar barreras; y, especialmente, con su lenguaje universal acercarse a todo tipo de culturas y continentes.
Por ello el fútbol, para muchos, es algo más que un juego, es la visualización de sentimientos e identidades. De ahí que el acceso a verlo y practicarlo tiene mucho que ver con la dignidad de la persona, como sujeto activo del mismo. Es casi el metalenguaje del deporte.
Recientemente y, como espacio de expresión, he tenido la oportunidad de hablar y conocer realidedes de jugadoras de origen árabe que han planteado el desafío de no sólo de asisitir a esos estadios, sino a practicarlo. Hay paises, como es el caso de Irán, que sigilosamente se plantea permitir el acceso a la mujer, bajo un entorno familiar, en partes del estadio.
Quizás porque el fútbol sea ese deporte que todo lo puede, se puede inducir a ciertos organismos internacionales del fútbol para que apoyen y trabajen, caso FIFA con organismos internacionales, como ONU – Mujeres para llevar a cabo programas específicos capaz de salvaguardar ese derecho de practicar y asistir a un campo de fútbol.
Tímidamente, y en el ámbito de grandes ciudades están teniendo lugar ligas de fútbol y baloncesto femeninos en países del Golfo e Irán, perpechadas aún con un tipo de vestimenta, en honor a su religión y a su cultura, que no siempre son entendibles en esferas y organismos internacionales.
Pero no debiera ese debate subsumir el más profundo, que es el de que puedan acceder a practicar el deporte que les gusta, que les satisface como personas; y, en algunos casos, les da la dignidad para vivir. Pues no olvidemos que lo que en territorios como el nuestro no representa más allá que comentarios machistas, desde el punto de vista peyorativo; en estos países son verdaderas heroínas que atreverse a practicar fútbol les hace arriesgarse personal y vitalmente.
Por ello, esa solidaridad no debiera quedarse en políticas y estrategias de países; y sea la sociedad civil deporiva internacional, - los colectivos de deportistas y/u organizaciones internacionales del deporte, prestigadas por no permitir, bajo el paradigma de la libertad y el respeto a los valores de la dignidad humana, la no intromisión política estatal-, los que den un paso adelante hacia la regulación y normalización de la practica de este u otros deportes en los denominados países árabes.
No resulta fácil, en latitudes en las que la igualdad y la discriminación están recubiertas de credos, y que viene a significar, básicamente, la estigmatización de las mujeres en el deporte, y en algunos casos la prohibición expresa a practicarlo y presenciarlo. Sirva como ejemplo, el hecho relevante llevado a cabo por la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), que tomó la determinación de cancelar el tercer maratón de Gaza, debido a que las autoridades del territorio, gobernado por Hamás, habían prohibido la participación de mujeres en la carrera.
No hay duda, y de ahí la importancia de pilotar ese cambio, a través del deporte, como metalenguaje sin fronteras, que este mundo cada vez más interconectado juega un papel fundamental para que la dignidad de la mujer deportista no se vea mediatizada por leyes que quieren consolidar lo que para muchos no es más que la desigualdad entre personas, que debieran predicarse de iguales. Apelar al deporte rey, cuando ya se puede hablar de selecciones femeninas en países como Qatar, Oriente Medio, Palestina, Siria, Egipto, Jordania o el Líbano, es penetrar en espacios tan delimitados que para algunos resulte altamente indigno.
María José López González
Abogada