Una leyenda del tenis
Tiriac: de manager de Vilas y
Becker a multimillonario
El rumano acumula US$2.000 millones y es
el deportista más rico. Fundó un banco y un holding con hoteles, seguros y
línea aérea.
A fines de los 70, los cronistas de tenis que
seguíamos la campaña de Guillermo Vilas debíamos sortear una valla extra para
acceder a sus entrevistas. Esa valla era Ion Tiriac. Pero detrás del “ogro” con
su corpulencia, sus bigotes, su andar entre cansino y displicente y sus
respuestas cortantes, se escondía una personalidad extraordinaria. Tiriac,
nacido el 9 de mayo de 1939 en Brasov, Rumania, cerraba su ciclo de jugador
para convertirse en entrenador y manager, una
función que realmente inauguró él en los circuitos tenísticos. Tiriac
solo tendía una muralla para que Vilas —ídolo de masas— no se desenfocara ante
el asedio de fans y periodistas. “Guillermo, vos ocúpate de entrenar. De todo
lo demás, inclusive el dinero, me ocupo yo”, le dijo.
Han pasado cuatro décadas desde entonces y Tiriac se convirtió en
multimillonario. Cuando se difunden los “rankings” de los deportistas que
ganaron más dinero y colocan a Michael Jordan a la cabeza con US$1.000
millones, Tiriac se ríe: “Se olvidaron de uno”. Su fortuna duplica la de Air
Jordan. Y si bien Tiriac en el terreno de sus logros deportivos no puede
equipararse a un coloso como MJ, sí fue un deportista de respetable
trayectoria. Y después, entre su visión de águila y su sagacidad, levantó su
propio imperio.
No es poco para quien la pasó bastante mal en sus primeros años. Solía
recordar: “Soy de la generación de la guerra. Vi las bombas, los aviones
alemanes, los rusos, a los americanos. Lo vi todo. Mi infancia fue muy dura, mi
padre murió cuando yo tenía diez años. La vida me enseñó mucho y el deporte,
más. Aprendí a aceptar la derrota. Y aprendí que lo máximo que se puede aspirar
es a ser mañana mejor que hoy”.
Tiriac trabajó desde chico en una empresa de transporte, donde también
lo hacía su madre. Pero se abrió camino en el hockey sobre hielo. Sobre todo
por su juego aguerrido; tanto, que lo incluyeron en la selección rumana para
los Juegos Olímpicos de Invierno en Innsbruck (1964). “Cuando yo jugaba al
hockey en mi club, me silbaban diez mil personas, siempre dejaba el campo con
sangre, con la nariz rota. Al día siguiente era un héroe con mi selección. La
gente cambia de un día a otro. Yo nunca busqué la notoriedad. Soy lo que soy”,
contó.
Tiriac alternó el hockey con el
tenis donde se convirtió casi un símbolo nacional para Rumania junto
a su compinche de andanzas, Ilie Nastase. Llevaron tres veces a su país a la
final de la Copa Davis, y las tres veces los postergó EE.UU. Las hazañas de
Nastase y Tiriac en los courts —irrepetibles para los rumanos— les permitieron
eludir a la asfixiante dictadura de Ceausescu. Tiriac fue un jugador destacado
en su tiempo, aunque no de los principales: ganó un torneo profesional como
singlista (Munich 1970) y le iba mejor en dobles, donde llegó a conquistar 22
títulos, dos de ellos relevantes junto a Nastase: Roma y Roland Garros.
Un oficio nuevo Tiriac adivinó que su futuro estaba en otro lado, en una
profesión por entonces inexistente: manager. Comenzó con el propio Nastase y
Adriano Panatta, pero llegó bien alto con Vilas. Allí unía sus dotes de feroz
negociador en los contratos con su sabiduría deportiva. Probablemente no hay
—ni hubo—otro entrenador de tenis que conociera tanto de la técnica como él
(solo el australiano Harry Hopman es comparable).
Uno de los lemas de Tiriac era: “El
deporte me enseñó a perder y a tener disciplina. Eso es muy importante en el
mundo empresarial. Lo más importante es la seriedad”. Cuando la
campaña deportiva de Vilas declinó, Tiriac descubrió otra joya, el juvenil
alemán Boris Becker que, con apenas 17 años y siendo un desconocido en el tenis
profesional, conmocionó al mundo al convertirse en campeón de Wimbledon, el más
joven de la historia. Los contratos gestionados por Tiriac para Becker se
multiplicaron: indumentaria, raquetas, cachet para los torneos y todo tipo de
publicidades.
Tiriac ya era el manager más famoso del ambiente deportivo a fines de
los 80, cuando el mundo cambió: la caída del Muro de Berlín lo encontró
residiendo en Alemania como un próspero manager deportivo. Pero si el colapso
de los regímenes socialistas fue relativamente apacible en la mayoría de los
países, en Rumania sucedió lo contrario. La revolución iniciada en Timisoara
terminó con Ceasescu abucheado por una multitud en la plaza de Bucarest,
detenido por sus propios guardaespaldas y ejecutado junto a su mujer, Elsa.
En la crisis que se precipitó sobre el ex área socialista, Tiriac vio
una oportunidad. En abril de 1991
fundó el primer banco privado de Rumania (llamado Tiriac Bank).
El Frente de Salvación Nacional rumano, con urgencia por la reconstrucción del
país, le dio luz verde. Ese banco —hoy con 50 filiales en 17 países— fue la génesis de su holding que
hoy abarca compañías de seguros, una línea de aviones para ejecutivos con sitio
exclusivo en el aeropuerto de Bucarest, negocios de hotelería y resorts, además
de inversiones inmobiliarias. También se da sus gustos, como los autos de lujo
(y museo propio) y la caza.
Y aunque sus tiempos de entrenador quedaron lejos, nunca abandonó el
tenis. Es el organizador del torneo Madrid desde 2002, en la Caja Mágica, que
imagina como un evento de Grand Slam. El año pasado, esa competición convocó a
250.000 espectadores, en una progresión de crecimiento del 10% anual, tanto en
público como ganancias: US$20 millones de aporte de sponsors, US$8 millones por
venta de palcos, US$3 millones por entradas comunes.
Aunque no le faltan polémicas, sobre todo por las internas políticas en
el gobierno de la Comunidad. Por ahora, a Tiriac no lo rozaron; saben que el
torneo le genera a la capital española un movimiento de 90 millones de euros
durante esa semana. Siempre aporta ideas innovadoras, pero se define como un
tradicionalista: “Yo creo que en el tenis lo más importante es la elegancia, la
clase. Hay jugadores que parecen hippies. Pero a mí me gusta el blanco, el
color de Wimbledon”. Dice que las mujeres “son mi debilidad” (admitió 33 hijos
de distintas relaciones).
Como lo sintetizó un analista que lo conocía bien: “Tiriac tenía la
experiencia, el dinero, la visión y las conexiones para aprovechar todos los
negocios que vendrían con la caída del comunismo”. Y así ocurrió. En un país
como Rumania, azotado todavía hoy por la inestabilidad política, las denuncias
de corrupción y la desigualdad social (entre 300 ricos acaparan el 27% del
PBI), Tiriac es el número 1, seguido por los hermanos Paval —propietarios de
medios— con sus US$950 millones. Acercándose a los 80 años, afirma que “sigo
trabajando como un perro, no sé por qué. Es algo que uno lleva adentro”.